jueves, 9 de diciembre de 2010

Realidades de un mundo no tan lejano.

Necesitaba Paz. Y era tan verdad como que el mundo sufría una increíble metamorfosis desde que tenía uso de razón. Había visto parques convertirse en carreteras, estrellas apagarse y había visto sueños hacerse pedazos. Los suyos. Los de los suyos también. El sudor que cubría la frente de su padre al terminar una jornada de trabajo no parecía ser suficiente para el mundo y éste casi nunca les sonreía ya. Cartas de embargo. Poco sueldo y meses largos. Nunca faltaba comida, pero tampoco sobraba. Nada de lujos. No creían en cuentos de hadas. Sí en maldiciones de algún Brujo. Y así iban pasando los días. Y así llegó la navidad. Y con ella, más sueños rotos. Sueños rotos y poco más.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Desayuno, cena y vida nueva.

Aquella mañana también te encontré en mi desayuno y eso que ya no comparto piso con nadie. Siento tu aroma, tu dulce aroma que me transporta a aquellas tardes de verano. Cómo un vuelo hacia mi felicidad que hacía escala en tus ojos. Algo más que recuerdos. Por dudar, ya ni dudas en llamarme. Parece que tu móvil no sabe marcar mi número. Me entristece. Mientras friego los platos de mi cena de anoche tu ausencia llena todos mis vacíos. La idea de que no volveré a compartir mis días contigo me quema. Puede que la de hoy sea nuestra úlitma cena. Te espero impaciente. Lo preparo todo a tu gusto. 20:45, mi ropa está limpia y recién planchada. Acabo de salir de la ducha, aún utilizo el gel que tantas veces nos vio hacer el amor. La misma colonia de nuestra primera cita. Otra mirada... La luz de las velas ilumina el camino hacia un mundo mejor, sólo necesito tu consentimiento para recorrerlo. En esta ocasión la invitada eres tú. Tú. Así que no me resisto y te compro flores. Rosas rojas, blancas y azules. Todas huelen a una nueva oportunidad. Confío en que te gusten. También confío en mi, pero menos.

Besos bemoles.



Tus manos, nerviosas, han encontrado la calma que muchas veces le robo en aquella guitarra. Regalo de unas buenas navidades sin duda. Negra. Has progresado muchísimo. Has cambiado la melodía repetitiva de los primeros días por preciosas canciones. Transmiten mucho: nerviosismo, calma, dolor, odio, ganas de huir, ganas de soledad, ganas de mi. Transmiten eso y mucho más. A veces te contradices, pero te lo perdono todo si pintas el mundo con tus notas. Besos bemoles, y ese color tan característico que tiene el amor.

Dulce otoño.

Recuerdo que era tarde. Tarde, en este caso, son las tres de la mañana. Volvíamos en coche de la playa después de haber pasado una agradable velada juntos. Tú estabas preciosa, y a mi tan sólo me preocupaba estarlo para ti. No preparé ningún tema específico de conversación, tampoco tú parecías haberlo hecho. Hablé de la inmensidad del mar. Y me sonrojé pensando en la inmensidad de tus ojos. Paralelismo directo. Hablamos del restaurante y coincidimos en que el servicio aquella noche fue exquisito. Hablamos del color de mi coche, algo arriesgado. El lila, para ti, sólo era un color de temporada. No me preocupaba, era un deportivo y yo me moría por comprar un monovolumen contigo. Hablamos de la crisis, y de lo poco que nos afectaba gracias al trabajo y al esfuerzo invertido años atrás. Recordamos etapas pasadas: fiestas universitarias, desfases y demás. Alterados los dos. Tú, con ganas de aprovechar la vida te mostrabas. Justo después te besé, me lo pedían tus ojos. Lo deseaban mis labios. Lo recuerdo bien. Después seguimos hablando, esta vez mirando al cielo. Mirando al infinito. Y nos perdimos. Nos perdimos entre preguntas del tipo ¿de dónde venimos? ¿adónde vamos?  Y me resultaron atractivas, no sé si por los grados de alcohol ingerido durante la cena o por las clases de Filosofía de un antiguo profesor. Creo que fue una mezcla de las dos. El caso es que surgieron de la nada pensamientos y reflexiones que hicieron de esa noche una noche para recordar. Comprendí que tengo miedo a los altibajos, a las crisis de pareja, a la soledad, a la multitud, a los viajes en metro, a lesionarme en algún partido de fútbol y a las matemáticas. También comprendí que el miedo iba a existir siempre, y que me haría fuerte. No somos más débiles por tener miedo. Es más, me arriesgaría a decir que todos vivimos con miedo a lo desconocido. Así que decidí olvidarme de mis miedos, y aprovechar cada momento como si fuera el último. Te convencí a ti también. Y bajo el influjo de esta reflexión nos fuimos. Subimos al coche y pusimos rumbo a casa sin pisar demasiado el acelerador por si no teníamos, después de esta, otra vida. Octubre lloraba, y nosotros reíamos orgullosos bajo sus lágrimas.

Primero de muchos.

Letras, historias, personas y el afortunado.El mundo está lleno de letras. O, lo que es lo mismo, el mundo está lleno de personas. De personas, y de sus historias. Uno que sale de una portería con prisa y sin sonrisa. Unos que no salen, estos van en grupo y entran a un bar, no importa cuál. Unos que pasan derrapando en la noche con un Opel Astra negro en busca de quién sabe qué bar, qué fiesta, o en resumen, qué lugar. Si siguen así tan sólo encontrarán un destino desagradable. Entre todos estos, y los demás, hay un tipo extraño. Bien vestido, camisa a cuadros y pantalón tejano. Oscuro. Como el tapón de su bolígrafo, o como el color de su pelo. Es moreno. Debe medir 1'80cm, y digo debe porque es difícil intuir cuánto mide; está sentado en un banco. No es muy difícil, en cambio, intuir su felicidad. Lo veo entusiasmado con su bolígrafo y su inseparable libreta en la mano. Quién sabe la de letras que habrá escrito, o la de sueños plasmados en la libreta hechos realidad en vida. Seguro que alguien le ayuda a cumplir sueños. Un tipo así, aunque ahora esté sentado sin más compañía que la de su querido bolígrafo y la de su libreta en aquel banco, no parece sentirse sólo. Es más, sé que disfruta de sus momentos de aparente soledad. Me gusta su forma de vida. Mochila al hombro y sonrisa en la cara. También me gustan sus bambas. Entiendo de esto, y son unas Adidas en piel de serpiente de edición limitada. Algo caras. O no tiene problemas económicos, o es un caprichoso preocupado por su imagen. Lo es. Ahora que lo miro más detenidamente, intuyo que también va al gimnasio. Eso, o que tiene un metabolismo privilegiado heredado de algún familiar cercano. Me decanto por las dos cosas. No deja de sonreír, y sus dientes resaltan a la luz de una farola. Contrastan con el color de su barba que, por cierto, le da un aire bohemio que le viene que ni pintado. Por la barba, o más bien por algún hueco caprichoso que hay en ella, me atrevo a afirmar que apenas supera la mayoría de edad. Es joven, y muy observador. No parece esperar a nadie, pero se distrae con los autobuses que, cada 15 minutos de reloj, abastecen a toda la ciudad con sus servicios. Levanta la mirada de su libreta, mira con semblante tranquilo el interior del autobús, y vuelve a adentrarse en quién sabe qué mundo inventado, o qué realidad vivida. Sigue escribiendo, y lo hace con tanta ilusión que desprende optimismo su mirada. Me atrevo a llamar su atención, hago que me mire y me contagio. Sus ojos marrones me confiesan un secreto a voces: está ilusionado con un nuevo amor. Sé que es nuevo porque su sonrisa también le delata. Está enamorado de sus letras. Está muy enamorado de sus letras. Y como ya he dicho antes, el mundo está lleno de letras. O lo que es lo mismo, de personas. Existe un claro paralelismo, y quiero saber quién es la afortunada. Me acerco, me presento, le digo que llevo toda la noche observándolo, le pido disculpas anticipadas por si se siente intimidado, le pregunto quién es la afortunada y, sin dudar, me responde: vida, he vuelto a enamorarme de la vida. Así que el afortunado en este caso soy yo. Una vez resuelto el misterio, me vuelvo a mi sitio, a mi hogar. A unos 380.000 km. en el cielo. No puedo entretenerme más. No debo hacerlo.


Atentamente: la Luna.