viernes, 1 de abril de 2011

Lluvia de Abril.

La verdad es que no sé por qué sigo escribiendo. No sé qué busco. No espero nada. Intento aprovechar cada uno de los huecos de este blog. Nunca es tarde. Pasen los meses que pasen. Aquí estoy y aquí seguiré estando. 
Echo de menos escribir, estoy perdiendo facultades y lo noto. No encuentro mi facilidad para crear metáforas, parezco un libro en blanco. En blanco. Que no por escribir no.  Más bien escrito y borrado. He pasado de ser una bonita canción de amor a ser un superventas de David Guetta  sin apenas mensaje, con mucho ruido. Quiero acompañar mis letras con un buen saxo, con Jazz marcando el tiempo. Lento. Quiero recuperar la calma, la paciencia para inventar palabras. Quiero ser yo. Y quiero ser tú cuando te vayas. 

martes, 15 de febrero de 2011

Absolutamente todo.

Probablemente nadie en su vida ha explorado el sentimiento amoroso con la pasión que lo vivió Lorca. Me pierdo en sus frases. Me enamoro de ellas. De ti y de ellas. Cierro los ojos y, con sus palabras esparcidas a sus anchas por mi mente, te encuentro. Las sonrisas que perdí hace tiempo no se perdieron nunca. Todas las guardabas tú. La sangre derramada, la ira acumulada, la impotencia en su estado más absoluto y las lágrimas saladas se han quedado en nada, porque todas mis sonrisas las guardabas tú. A veces odio no dedicarte más tiempo. A veces me odio, cuando pienso en ti y no en nosotros. Pero tranquila, no desesperes, que es ahí donde entras tú. Vienes, me abrazas, me das calor y yo, sin dudarlo, substituyo el odio por amor. Por amor a ese nosotros en el que aun tengo que sumergirme más. Sin miedo, a pulmón. Perderme en tus mares. Hacer que nos perdamos sin perderte. Sin que pierdas la sonrisa. Clavar mi mirada en el cielo al llegar a la orilla de tu cuerpo. Hacer que el número de veces que te hago el amor en nuestro noviazgo sea más alto. Y al acabar, volver. Volver para que sea más alto aun. Sumar acción con sonrisa. Hacer infinita nuestra línea del tiempo. Llenar tu vida de amor. De amor de verdad. Te siento mía sin poseerte. En tu cuerpo cierro los ojos y camino sin errar. A ciegas, sin pedir nada. Sin quejas. Sin nada. Te encuentro hasta con la luz del cielo apagada. Y vuelas. Y, entonces, en el séptimo infinito conquistado, me encuentras tú. Repito, mía sin afán de posesión. Tuyo, para que volemos mejor. Prefiero la muerte a perder tu sonrisa. Prefiero vivir sin prisa. Me gusta que le ganes todas las horas al reloj. Me gusta que controles el tiempo a tu antojo. Me gusta verte y sentir que, fuera de mi, me estás viviendo. Que vives en lo que siento. En mis letras. Vives hasta en mi silencio. Vida. Prometo regalarte la mía. Para que la disfrutes. Para no separarme de ti por tu encanto. Para ser tuyo. Para que no tropieces nunca aunque se empeñe el destino. Para ir dejando atrás, en nuestra línea del tiempo, anécdotas, besos, vestidos y caricias. Dejando atrás caminos, atajos inventados, senderos por descubrir. Para ir dejando vida atrás. Para vivir más. Por eso te regalo mi tiempo. Por eso te regalo mi vida. Mi vida en cada línea. Para ti. Para mi tus ojos, tus caprichos, tus besos, tus suspiros y todos tus detalles. Para mi tu pelo y tu cuerpo. Tu mar. Y para ti mis ganas de pecar para pasearme por el infierno cuando muera sin haber cometido más delito que el haberte hecho el amor millones de veces.


David Montes, mala letra 2011. 

lunes, 7 de febrero de 2011

Más cerca.

No hay más música que tu voz. No hay más imagen que tu recuerdo. No hay más. No hay.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Realidades de un mundo no tan lejano.

Necesitaba Paz. Y era tan verdad como que el mundo sufría una increíble metamorfosis desde que tenía uso de razón. Había visto parques convertirse en carreteras, estrellas apagarse y había visto sueños hacerse pedazos. Los suyos. Los de los suyos también. El sudor que cubría la frente de su padre al terminar una jornada de trabajo no parecía ser suficiente para el mundo y éste casi nunca les sonreía ya. Cartas de embargo. Poco sueldo y meses largos. Nunca faltaba comida, pero tampoco sobraba. Nada de lujos. No creían en cuentos de hadas. Sí en maldiciones de algún Brujo. Y así iban pasando los días. Y así llegó la navidad. Y con ella, más sueños rotos. Sueños rotos y poco más.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Desayuno, cena y vida nueva.

Aquella mañana también te encontré en mi desayuno y eso que ya no comparto piso con nadie. Siento tu aroma, tu dulce aroma que me transporta a aquellas tardes de verano. Cómo un vuelo hacia mi felicidad que hacía escala en tus ojos. Algo más que recuerdos. Por dudar, ya ni dudas en llamarme. Parece que tu móvil no sabe marcar mi número. Me entristece. Mientras friego los platos de mi cena de anoche tu ausencia llena todos mis vacíos. La idea de que no volveré a compartir mis días contigo me quema. Puede que la de hoy sea nuestra úlitma cena. Te espero impaciente. Lo preparo todo a tu gusto. 20:45, mi ropa está limpia y recién planchada. Acabo de salir de la ducha, aún utilizo el gel que tantas veces nos vio hacer el amor. La misma colonia de nuestra primera cita. Otra mirada... La luz de las velas ilumina el camino hacia un mundo mejor, sólo necesito tu consentimiento para recorrerlo. En esta ocasión la invitada eres tú. Tú. Así que no me resisto y te compro flores. Rosas rojas, blancas y azules. Todas huelen a una nueva oportunidad. Confío en que te gusten. También confío en mi, pero menos.

Besos bemoles.



Tus manos, nerviosas, han encontrado la calma que muchas veces le robo en aquella guitarra. Regalo de unas buenas navidades sin duda. Negra. Has progresado muchísimo. Has cambiado la melodía repetitiva de los primeros días por preciosas canciones. Transmiten mucho: nerviosismo, calma, dolor, odio, ganas de huir, ganas de soledad, ganas de mi. Transmiten eso y mucho más. A veces te contradices, pero te lo perdono todo si pintas el mundo con tus notas. Besos bemoles, y ese color tan característico que tiene el amor.

Dulce otoño.

Recuerdo que era tarde. Tarde, en este caso, son las tres de la mañana. Volvíamos en coche de la playa después de haber pasado una agradable velada juntos. Tú estabas preciosa, y a mi tan sólo me preocupaba estarlo para ti. No preparé ningún tema específico de conversación, tampoco tú parecías haberlo hecho. Hablé de la inmensidad del mar. Y me sonrojé pensando en la inmensidad de tus ojos. Paralelismo directo. Hablamos del restaurante y coincidimos en que el servicio aquella noche fue exquisito. Hablamos del color de mi coche, algo arriesgado. El lila, para ti, sólo era un color de temporada. No me preocupaba, era un deportivo y yo me moría por comprar un monovolumen contigo. Hablamos de la crisis, y de lo poco que nos afectaba gracias al trabajo y al esfuerzo invertido años atrás. Recordamos etapas pasadas: fiestas universitarias, desfases y demás. Alterados los dos. Tú, con ganas de aprovechar la vida te mostrabas. Justo después te besé, me lo pedían tus ojos. Lo deseaban mis labios. Lo recuerdo bien. Después seguimos hablando, esta vez mirando al cielo. Mirando al infinito. Y nos perdimos. Nos perdimos entre preguntas del tipo ¿de dónde venimos? ¿adónde vamos?  Y me resultaron atractivas, no sé si por los grados de alcohol ingerido durante la cena o por las clases de Filosofía de un antiguo profesor. Creo que fue una mezcla de las dos. El caso es que surgieron de la nada pensamientos y reflexiones que hicieron de esa noche una noche para recordar. Comprendí que tengo miedo a los altibajos, a las crisis de pareja, a la soledad, a la multitud, a los viajes en metro, a lesionarme en algún partido de fútbol y a las matemáticas. También comprendí que el miedo iba a existir siempre, y que me haría fuerte. No somos más débiles por tener miedo. Es más, me arriesgaría a decir que todos vivimos con miedo a lo desconocido. Así que decidí olvidarme de mis miedos, y aprovechar cada momento como si fuera el último. Te convencí a ti también. Y bajo el influjo de esta reflexión nos fuimos. Subimos al coche y pusimos rumbo a casa sin pisar demasiado el acelerador por si no teníamos, después de esta, otra vida. Octubre lloraba, y nosotros reíamos orgullosos bajo sus lágrimas.